Carlos tiene 7 añitos y la salida de su uretra no se produce como en la mayoría de sus compas de clase, por el glande, sino por la base de su pene, por lo que mea sentado. Lo que pasa es que en el cole le da vergüenza hacerlo y se aguanta hasta que no puede más.Andrea es una nena con pene y evita ir al baño por si algún compañero se mete con ella.
Anaís tiene 10 años y ya le ha bajado la regla. Aún no se aclara mucho con las compresas; un día se manchó porque se le movió y algunos niños de clase se burlan de ella. Los lavabos son mixtos y cuando tiene la regla siempre busca estar sola o pide salir cuando todo el mundo está en clase porque pasa mucha vergüenza y no quiere que la vean deshacerse de la compresa.
Estas son algunas de las situaciones que nos motivan a pensar en los baños, aunque seguro que hay muchas más. Por eso, he traducido este artículo que escribí en catalán hace unos meses, invitando a reflexionar sobre este espacio. Allá vamos.
La mayoría de personas no nos paramos a pensar sobre los lavabos y, cuando lo hacemos, descubrimos la complejidad que se esconde detrás de estos espacios segregados. La investigadora y especialista argentina en estudios de género, Josefina Cicconetti[i], nos invita a reflexionar sobre los lavabos haciéndonos varias preguntas: ¿Qué esperas de un baño? ¿En algún momento de tu vida has tenido una experiencia incómoda? ¿Te han dicho alguna vez que estabas en el baño equivocado? ¿Piensas en tu sexo, identidad de género o expresión antes de entrar al baño? ¿Evitas ir al lavabo fuera de casa?
La gente suele responder que de un lavabo espera pulcritud, seguridad, tranquilidad, intimidad, que disponga de todo lo necesario (papel, agua, jabón...), etc. En cuanto a las experiencias incómodas, éstas son de diverso tipo, desde aquellas que hacen referencia a la falta de pulcritud y seguridad (el cerrojo no funciona, no hay papel, no va la cadena...), hasta las situaciones que tienen que ver con la interacción con otras personas: acoso, agresión sexual, recriminaciones por parte otras personas de estar al baño equivocado, ser descubiertxs teniendo sexo, etc.
Estas situaciones incómodas nos dan pistas para pensar que no solo las personas con una expresión de género no normativa o trans sufren en los lavabos, sino que las incomodidades afectan a todo el mundo. Por ejemplo, en los lavabos pueden pasarlo mal los hombres que tienen criaturas y no pueden limpiar a sus bebés porque los cambiadores están generalmente en los lavabos marcados como femeninos. O pueden tener dificultados las mujeres con hijos varones prepúberes que, cuando entran con ellos a los lavabos de mujeres, son recriminadas por otras e instadas a que los niños vayan a solas al baño de hombres. Y lo mismo podemos decir de los padres con hijas pequeñas, que se tienen que separar de ellas.
Las incomodidades no se quedan aquí, puesto que no todo el mundo se siente cómodo usando los lavabos fuera de su casa. Y los motivos, además del miedo, pueden ser la falta de pulcritud o la dificultad de compartir con otras personas un hecho tan íntimo como la micción o la defecación. No hay duda de que muchxs jóvenes trans, con intersexualidades y también agénero o no binarixs se sienten incómodxs o poco segurxs teniendo que ir a los lavabos segregados, y algunxs de ellxs pasan la mañana en los centros educativos sin ir, con el riesgo que para su salud supone aguantarse durante tantas horas –y más todavía si tienen la menstruación. Aun así, no se trata de una cuestión que solo sufren las personas LGBTI. La paruresis o síndrome de la vejiga tímida afecta al 5 % de las personas y supone la imposibilidad de mear o defecar en lavabos públicos o en presencia de otras personas. Esta circunstancia afecta más a los hombres que a las mujeres –en el caso de ellos, por la incomodidad de ser mirados; en el caso de ellas, porque las escuchen mear.
La falta de espacios de intimidad en los lavabos de hombres es un tema importante que provoca que tanto los hombres trans como los hombres cis que desean hacer sus necesidades en un espacio íntimo y aislado de las miradas, no lo tengan o éste sea muy limitado. Por ejemplo, si un hombre quiere pintarse o retocarse la raya del ojo, ¿tiene un espejo en condiciones? Para qué tipo de hombre son la mayoría de lavabos actuales? A menudo también están más sucios que los de las mujeres y, en algunos casos, ya no es porque los hombres sean menos cuidadosos –que en general es así–, sino porque se limpian menos probablemente porque ser naturaliza que a los hombres les importa menos la pulcritud.
Otro tema para reflexionar es la asociación entre el mear de pie con la masculinidad. Y también la idea de incompletud que puede derivarse de mensajes como estos: los chicos mean de pie, las chicas no, o los chicos tienen penes, las chicas no. El que les puede llegar a las niñas y mujeres es: soy pequeña porque no tengo pene o porque no puedo mear de pie. ¿Nos imaginamos definir la genitalidad masculina como la de alguien al que le falta alguna parte?
La profesora e investigadora de la Universidad de Mondragon, Amelia Barquin, nos aporta unas reflexiones[ii] muy interesantes sobre el diseño y el uso de los váteres escolares, y nos interroga sobre la dicotomía del mear de pie (niño) y sentado (niña). En infantil, ¿seguimos educando en la perpetuación del mear sentadas de las chicas y del mear de pie de los chicos? ¿Y si les enseñamos así, por qué lo hacemos? ¿Qué ventajas tiene? ¿Para quién son estas ventajas? Estas cuestiones se pueden compartir también con las familias.
Abrir un debate alrededor de estos interrogantes nos puede llevar a la decisión de enseñar a todo el mundo a mear sentado porque gracias al diálogo y a la reflexión nos damos cuenta de que los váteres no son solo espacios para deshacerse de residuos corporales, sino dispositivos (o tecnologías) de género, de creación y de vigilancia del género. No tenemos más que mirar las señales de la puerta y ver que éstas nos obligan a definirnos genéricamente. Y si no lo hacen los iconos, lo pueden hacer las personas usuarias interpelándonos: ¿qué haces aquí?, este no es tu lavabo; te has equivocado; si no te vas, llamaré a seguridad... En palabras de Barquín, es cómo si tuviéramos que entrar al váter a rehacer el género, más que a deshacernos de la orina o de las heces.
El filósofo Pol Preciado[iii] cuenta que la generalización de los urinarios para que los hombres mearan de pie se dio a principios del siglo XX, y la lectura que hace este autor es que la separación del mear-de pie-urinario frente al defecar-sentado-inodoro contribuye a la construcción de una masculinidad heterosexual, que separa la genitalidad de la analidad, es decir, diferencia al hombre heterosexual del hombre homosexual. Para Preciado, “mear derecho es una de las performances constitutivas de la masculinidad heterosexual moderna” y el urinario “no es tanto un instrumento de higiene como una tecnología de género que contribuye a la producción de la masculinidad en el espacio público. Por eso, los urinarios no están enclaustrados en cabinas opacas, sino en espacios abiertos a la mirada colectiva, puesto que mear-de pie-entre-hombres es una actividad cultural que genera vínculos de sociabilidad compartidos por todos aquellos que, al hacerlo públicamente, son reconocidos como hombres”.
Tal como hemos comentado antes, los lavabos tradicionales obligan a los hombres a mear delante de otros hombres, una circunstancia que algunos no desean, sino que querrían hacer en la intimidad. Pero como que todavía existe una socialización diferencial, para muchos, mear públicamente no es un problema –como sí que lo es para las chicas– y pueden no necesitar cerrar la puerta del váter porque están acostumbrados a hacerlo de manera pública. Esta cuestión no es inocua ya que, si no se les enseña a valorar la privacidad porque la suya no se tiene en cuenta, les costará más aprender a respetar la privacidad de las demás personas.
¿Y qué pasa cuando hay resistencias en los chicos –o en sus familias– para mear sentados? ¿Les tenemos que obligar? ¿Es una decisión que tenemos que consensuar con las familias? Barquín considera que no se les tiene que preguntar si están de acuerdo con que la escuela enseñe a las criaturas a mear sentadas, puesto que es una decisión del claustro que tiene, además, una sólida fundamentación en el respecto a los derechos humanos, en especial en la defensa de la igualdad de género y de la diversidad. Lo que sí que se debe hacer la escuela es comunicarlo y pedir colaboración: Hemos decidido que todas y todos mearemos sentados y os lo comentamos para que lo sepáis; y si veis que vuestro hijo se sienta, es porque en la escuela lo estamos trabajando.
Seguramente habrá familias que se opondrán, preocupadas por la pérdida de masculinidad del hijo, puesto que, en una sociedad todavía misógina y patriarcal, hacer cosas de chicas es perder estatus. La masculinidad tradicional se construye sobre una triple negación: no hacer cosas de mujeres, no hacer cosas de gais y no hacer cosas infantiles. Una parte simbólica de esta masculinidad se sustenta en el hecho de no sentarse para mear, no inclinarse, no agacharse...; sino más bien en hacer todo lo contrario: mantenerse de pie, mostrar rectitud y fortaleza, etc., sin importar las consecuencias que puedan ocasionar en el entorno. Fijémonos que los lavabos nos llevan a hablar de higiene, de la limpieza del propio cuerpo y del cuidado de los espacios comunes. ¿Enseñamos a los chicos a limpiarse el pene después de mear? ¿Les adiestramos para que limpien las gotitas que caen por mear de pie? No hay duda de que mostrar a los hombres, desde bien pequeños, la importancia de cuidarse –y de no quedarse sucios después de mear– es fundamental para que sepan también cuidar. Y la mirada educativa y no binaria de la escuela sobre los váteres puede contribuir a la transformación de la masculinidad, además de ofrecer unos modelos diferentes a los de casa o el entorno para las criaturas y también un aprendizaje para las familias, que quizás nunca se han planteado las implicaciones que tienen los lavabos binarios o el mear de pie.
Si la transformación de la masculinidad no es una razón suficiente que justifique el mear sentados, podemos aportar la razón de peso de la limpieza y el hecho de que no hay ningún impedimento físico o desventaja para los hombres a la hora de sentarse. Si probamos a llenar una botella de agua con colorante y la echamos sobre un váter de pie simulando que estamos meando, veremos las gotitas por toda la taza, a pesar de que se tenga buena puntería. Y pensemos también en quien ha limpiado tradicionalmente los váteres: las mujeres. En este sentido, los váteres de pared garantizan más la limpieza que si se mea de pie en los váteres de suelo.
Las reflexiones sobre los WC no acaban ni mucho menos aquí porque el sexismo está muy presente tanto en el diseño arquitectónico como en el uso de los lavabos. Fijémonos, en primer lugar, que las puertas de los lavabos suelen estar decoradas con pintadas de genitales –fundamentalmente penes– y con mensajes insultantes –generalmente hacia las chicas. También son un hecho constatable las colas que se producen en los lavabos de mujeres, producto de un sesgo de género que no tiene en cuenta las diferentes necesidades de éstas, puesto que ellas requieren más del doble de tiempo en el lavabo que los hombres porque el 25% están menstruando o porque llevan una ropa más costosa de quitar. No se trata de una discriminación intencional, pero cuando se diseñan los WC segregados y se da el mismo espacio a unos que a otras, no se está siendo equilibrado por las diferentes necesidades que acabamos de comentar.
Otro tema importante es el de los iconos que identifican el baño para hombres y para mujeres: una fuente de legitimación del binarismo, de reproducción de estereotipos e, incluso, de promoción de prácticas sexuales heterocentradas. Algunos ejemplos, que podemos ver en las imágenes del principio, son las siguientes:[iv] un tornillo y una rosca; una corbata y un zapato de tacón; un pene y una vulva; un lápiz y un sacapuntas; XY y XX, etc. En algunos casos, se busca la originalidad y podemos encontrar mensajes en los cuales se da por hecho que un hombre en el lavabo de mujeres siempre es una amenaza: “a) Si el género es masculino, entrad; el resto buscad la puerta de al lado; b) Si el género es femenino, entrad; el resto, alerta, seguridad.”[v] Hay otros ejemplos enormemente estereotipados, como el que pone ‘bla’ para los hombres y ‘bla, bla, bla, bla, bla…’ en el de mujeres, o incluso una mariposa para ellas y un escarabajo para ellos. Con estas señales, ¿cómo podemos explicar a una criatura a qué lavabo tiene que entrar? ¿No se nos cae la cara de vergüenza?
En apariencia, en la puerta de los WC encontramos señales que pretenden ser identificables; pero a la vez están marcando una corporalidad, una expresión y un comportamiento diferente para hombres y mujeres que legitiman el sistema heteronormativo. Lejos de ser simples iconos, delimitan una frontera sexogenérica, acentúan las características clásicas y reproducen un modelo estereotipado de masculinidad y de feminidad en el cual no cabe cualquier persona. ¿Qué le pasará a una persona trans sin passing[vi] de género en un baño binario? ¿Y una no binaria? ¿Y una persona cis sin passing de género? Sin duda, el binarismo de los váteres es problemático para la diversidad y expulsa a aquellas personas que no lo reproducen de manera estereotipada. Por eso, a Cicconetti le gusta referirse a los lavabos, baños o váteres como binarios. Y de aquí también el título de su conferencia: ¿Vamos al binario?
Además de lo que hemos comentado, la diversidad cultural, religiosa o funcional añaden complejidad a los lavabos.[vii] Por ejemplo, la religión musulmana establece una serie de indicaciones que no siempre se pueden cumplir en los váteres convencionales, como, por ejemplo, no orinar o defecar de cara a la Meca. En el corto The toilet (2017)[viii] podemos ver tres casos que muestran esta diversidad –una persona trans en el trabajo, una persona con diversidad funcional, y una musulmana que, por motivos religiosos, necesita lavarse los genitales después de usar el lavabo.
De igual manera, estudiar el origen y evolución de los lavabos públicos nos hacen darnos cuenta de aquellos tiempos en que había lavabos para personas blancas y negras, no los había accesibles para personas con diversidad funcional o, simplemente, no existían para las mujeres, hecho que suponía una gran dificultad para su movilidad. Tal como señalan Sempol y Molano,[ix] los baños segregados surgieron en la segunda mitad del siglo XIX, de la mano del desarrollo de normativas restrictivas en relación a los géneros, la normalización de la heterosexualidad y la patologización de la homosexualidad.
Al principio del artículo comentábamos que no solemos reflexionar sobre los lavabos si no tenemos una persona trans en el aula. Efectivamente, la existencia de personas trans nos está haciendo plantearnos la posibilidad de convertir los binarios en váteres mixtos o no binarios. Aun así, hemos ido comentando muchas cuestiones que nos han hecho ver que no se trata solo de un problema de algunas personas LGBTI, sino de todo el mundo. Por eso, es importante abrir la reflexión en casa y en las aulas, y empezar por preguntarnos por qué tiene que haber lavabos segregados si en casa todo el mundo utiliza la misma taza. Después, podemos pensar alrededor de algunos de los temas mencionados, y es importante abordar el sexismo: ¿se tienen en cuenta las necesidades de las mujeres a la hora de diseñar los espacios?; ¿se dan las mismas pautas de aseo personal y de cuidado de los espacios compartidos a chicos y a chicas?; ¿por qué es menos masculino que un chico mee sentado?, ¿no sería mejor que todo el mundo lo hiciera?; ¿los baños segregados son respetuosos con las personas con genitales no normativos?
Además de pensar y debatir estas cuestiones, podemos convertir los lavabos en espacios expositivos educativos que, en contraste con los clásicos dibujos sexistas, muestren otras figuras, fotografías o ilustraciones de genitales diversos –por ejemplo, una exposición de vulvas y de clítoris (para compensar el desconocimiento del cuerpo femenino), o de genitales que no cumplen las medidas estándares (de personas con características intersexuales, por ejemplo). También podemos exponer dibujos o mensajes visibilizando la menstruación y empoderando a las niñas que la viven con vergüenza o con miedo. O imágenes de corporalidades diversas –con diversidad funcional, por ejemplo. Además, sería muy positivo que hubiera mensajes que hablaran de cuidado, de respeto, de privacidad, de consentimiento o de igualdad: No mires mi cuerpo sin permiso, respeta mi intimidad, yo respeto los cuerpos de otras personas, mear de pie no me hace más hombre, cuidemos este espacio compartido y dejémoslo limpio después de usarlo, etc. Y también podemos hacer exposiciones criticando las imágenes clásicas de los lavabos segregados.
Los lavabos son espacios que cubren necesidades diversas: micción, defecación, menstruación, limpieza, maquillaje, socialización, sexo... En los espacios de ocio (pubs, discotecas...), además de usarse ocasionalmente para el consumo de drogas o para tener sexo, son lugares seguros donde las chicas pueden socializar y compartir confidencias sin sufrir la insistencia o el ligoteo pesado de algunos chicos, y es importante atender estas cuestiones y la especificidad de las dinámicas machistas que se dan en los espacios públicos y de ocio. De hecho, una de los miedos que pueden aparecer cuando planteamos la existencia de lavabos mixtos, es la posibilidad de que se conviertan en un espacio más inseguro para las mujeres, y puede ser un peligro real que debemos atender en los lugares públicos. Aún reconociendo lo anterior, la violencia ya se manifiesta actualmente contra las mujeres siendo los lavabos segregados, y también la vemos en los lavabos masculinos ejercida contra niños o jóvenes con una expresión de género femenina o contra jóvenes trans. Estas violencias deben hacerse visibles y contrarrestarse, como mínimo, con medidas educativas en pro de masculinidades no violentas comprometidas con la igualdad. De todos modos, quienes educamos sabemos que el trabajo educativo es una tarea de largo recorrido, y no es suficiente hacer los baños mixtos y esperar a que las inseguridades desaparezcan mágicamente. De hecho, en algunos lugares se han convertido en mixtos y la gente ha seguido yendo a los mismos lavabos de siempre porque recordaba cuales eran, perpetuando la separación por sexos.
Vemos, pues, que desbinarizar los lavabos no es suficiente. Además del trabajo educativo, Amelia Barquín propone, si tenemos la posibilidad de hacerlo, repensar la arquitectura de los váteres, siguiendo los criterios siguientes: a) superar el binarismo, y hacer váteres para personas, no para chicos o chicas; b) respetar la intimidad, de forma que los chicos no se vean obligados a mear públicamente; c) procurar por la limpieza y c) garantizar la seguridad. ¿Cumplen nuestros lavabos estos criterios? En la escuela Ramón Bajo de Vitoria, por ejemplo, tienen puertas de entrada a los lavabos con cristales que permiten ver el interior, y dentro, cubículos individuales con váteres de suelo y también algún cubículo con váter de pared. Estos meaderos de pared se mantienen porque, aunque enseñemos a mear sentados, habrá niños que se negarán a hacerlo. En Alemania y en otros países del norte de Europa es habitual que los hombres meen sentados, pero en nuestro entorno todavía no es habitual y sabemos que hay resistencias. Desde la escuela, podemos plantearnos obligar o permitir la posibilidad de elegir. Por eso, que haya algunos váteres privados de pared da la libertad a quien quiera mear de pie mientras ve y aprende que hay hombres que mean sentados y que no pasa nada.
Todavía mejoraría más la arquitectura si hubiera cubículos con una pila dentro para lavarse (las manos, los genitales, la copa menstrual, etc.), y todos tuvieron perchas fuertes que permitieran aguantar la bolsa, la mochila, la chaqueta, etc. Sería fantástico también que cupieran las sillas de ruedas o un andador. Fijémonos que, en este caso, solemos encontrar, o bien un tercer lavabo para la diversidad funcional (sin especificar el género) o bien un lavabo masculino y uno que incluye a las mujeres, a las personas con silla de ruedas y el cambiador para bebés. Se refuerza así la idea de alteridad de las mujeres y de las personas con diversidad funcional, y la ausencia de la marca de género (y de sexualidad) de estas últimas.
Otro debate que podríamos abrir también es el del privilegio de tener lavabos diferenciados para profesorado y alumnado. Quizás en infantil y primaria podemos hablar de diferencias en el tamaño de los cuerpos; pero en secundaria ya no. ¿Qué ventajas y qué inconvenientes supondría compartirlos? ¿Nos hemos planteado que tal vez estarían más limpios y/o serían más seguros?
Para terminar, y como una imagen vale más que mil palabras, queremos contar que, detrás de la puerta del lavabo de mujeres de una localidad valenciana, había un póster decorativo que mostraba a un grupo de hombres con cámaras fotográficas en las manos y haciendo fotos a las potenciales usuarias del lavabo. Alguien rompió el póster y los propietarios del bar calificaron el hecho de violento, sin tener conciencia de lo que representaba la fotografía, como poco la naturalización de una masculinidad que no respeta la intimidad de las mujeres. ¿Es esta la masculinidad que queremos? La respuesta es claramente que no. Desgraciadamente, los lavabos binarios están contribuyendo a perpetuar el género porque nos obligan a definirnos antes de entrar y nos construyen también de una determinada manera. En realidad, se trata de unos espacios cotidianos que representan a la perfección un sistema sexo-género heteropatriarcal que nos marca desde la cuna. Por eso, reflexionar sobre las implicaciones de los binarios es una tarea educativa de primera magnitud que va mucho más allá de convertirlos en mixtos porque en nuestro centro hay una persona trans, intersex o agénero. Si el binarismo afecta en todo el mundo –y tenemos claro que es una fuente de discriminación y de desigualdad–, la reflexión tiene que ser colectiva para poder acabar con las desigualdades, y porque la inclusión, la inclusión de verdad, pasa por establecer medidas educativas que mejoren las vidas de todas las personas.
Rosa Sanchis, septiembre de 2022.
[v]
Missatge original en anglés: “If
gender MALE, enter WC; else find next door. If gender FEMALE, enter WC; else,
alert, SECURITY.”
[vi] Tindre passing
significa que una persona trans té una aparença normativa que li permet ser
vista com del gènere sentit.
[vii]
Podem consultar l’article de la BBC: Los peculiares
hábitos de higiene occidentales que resultan extraños en el resto del mundo (y
hasta poco higiénicos). Christine Ro. BBC Future. 19 nov. 2019. Link: https://www.bbc.com/mundo/vert-fut-50399355
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